Thursday, September 27, 2007

Lee mi mano

Lee mi mano – esbocé una tímida sonrisa mientras extendía mi aún pequeña mano, con mis dedos de uñas recortadas, llenas de regalitos aún no recibidos. Tú extendiste la tuya, huesuda, grande, larga, pesada, el dorso tatuado con las manchas de leopardo que deja la vejez y la palma tibia y arrugada por las líneas de la experiencia. –Eres como la estela de barco. –Acariciabas mi palma con tu índice mientras fruncías el ceño para concentrarte aún más profundamente de lo que estabas siempre- Hermosa, blanca, espumosa, surcando las aguas, haciendo burbujas. Si en aquel entonces yo hubiera tenido la sabiduría que hoy tengo, hubiera leído en tus ojos también esta oración, porque tus ojos me miraban hasta el fondo diciéndome: “Provocas el embelezo, pero así de rápido como apareces y dejas las almas sobrecogidas por la belleza, desapareces de repente y no queda evidencia alguna en el agua de que alguna vez estuviste ahí” Jamás en mi vida hubiera sabido que esas palabras que me dijiste cuando yo, como siempre, en mi afán y espontaneidad te sorprendía con mis ocurrencias, con mis alborotos que de repente lo llenaban todo de energía y así como surgían pasaban, sumergiéndome en un profundo sopor como provocado por el sueño, que esas palabras me describirían tan bien y que hoy, camino a la madurez, sigo siendo eso mismo, la espuma en la que los artistas del capuchino hacen sus diseños, la que luego removemos para acceder a lo que realmente es importante, el líquido.

Te gustaba que en las mañanas mojáramos las paredes de la casa. Dijiste un día: “Ayer ustedes lavaron la casa en la mañana. Mojaron todas las paredes, a mediodia, cuando el sol estaba en su cénit, la casa no se sentía tan caliente como siempre, las paredes están frescas. La que vaya a lavar la casa cada día, debe mojar las paredes también” Y así lo hacíamos. A mí casi nunca me tocaba. Estaba demasiado ocupada, de aquel lado, con los niños entreteniéndoles y probablemente dándoles alguna charla o preparando alguna dinámica. Nunca tenía tiempo en antes de mediodia. En los últimos veranos, me encargaste el almacén de la cocina. Iba calculando cuándo se agotaría cada cosa, lo odiaba de verdad; odiaba tener que estar junto al camión del almacén verificando lo que había llegado y luego pasándoles los pedidos. Sin embargo, en tu increíble anticipación a todas las cosas, intuíste mis habilidades para la organización y no sé qué pensarías si supieras que hoy me dedico a administrar almacenes. Ese día, sí me tocó limpiar la casita. Y lo hice con ánimo, cantando. Limpié todo, lo mojé todo. Dos horas de agua desperdiciada por todas partes en mi lento ejercicio de barrer y trapear. Cuando terminé me preguntaste si no iba a la Ventana hoy. - Sí, ya me voy, que me dejan-.

En aquel entonces, desde que me levantaba me ponía el traje de baño, debajo de mi camiseta más vieja y mis pantalones cortos, lista para irme al rio. Siempre en zapatillas, siempre con mi gorrita o mi sombrero, porque el pelo se me rizaba impetuoso, la brisa me lo arrojaba en la cara y me molestaba. ¡Jueves en la mañana tenía tanta energía! Esa semana estaban unos muchachos contemporáneos mi, 15 ó 16 años. Nadamos muchísimo y las horas se nos fueron volando, el almuerzo copioso me dio sueño y luego del reposo, más diversión. Tenía los brazos molidos de tanto jugar voleiball. Para las cuatro de la tarde ya estaba de nuevo cubierta de polvo, increíblemente sucia, increíblemente tostada por el sol y con muchísima más euforia que en las últimas semanas, en las que había estado enferma del agotamiento que da el no tener las mismas comodidades que en casa. A la hora del baño de la tarde, hice mi mejor esfuerzo por lucir limpia. Todas hicimos nuestro mejor esfuerzo por estar limpias. Las tres estábamos en el patio de la casita, J. había buscado una poncherita para que nos arregláramos los pies, M. se limaba las uñas de las manos y yo me acababa de cepillar las mías. Mientras tanto, tú te hacías el que leía en su hamaca, y al final ya parecimos importunarte, porque te fuiste a realizar uno de tus tácticos recorridos para dejarnos todo el espacio a nosotras.

Cuando regresaste, sólo quedaba yo en la casita y al salir de la habitación que ocupábamos las muchachas y yo, te encontré leyendo en tu mecedora. Salí muy cantarina, peinada y impecable, con las mejores ropitas que me quedaban limpias y, por primera vez en varios días, con un pantalón largo. Mi jean favorito, el de las ocasiones especiales en campamento.

Lee mi mano.- Te dije mientras cruzaba a tu lado y a modo de despedida. Talvez mi sonrisa no fue tan tímida, talvez quería que me dijeras que esa noche habrían estrellas fugaces, que las chispitas del crepitar del fuego de la fogata se elevarían como una oración hasta el cielo, que esa noche sería mágica, que todo el grupo de adolescentes bajaríamos abrazados desde la lomita, donde esa noche diste la misa. Pero no me dijiste nada de eso. Me dijiste que yo era como la estela de barco. Y yo no lo entendí. Yo entendí que me habías dicho un piropo, yo entendí que me elogiabas.

Hace unos días miraba la costa del Mar Caribe. El ferry que va hasta Puerto Rico transitaba sereno por las aguas turquesa. Y detrás de él, la estela, sinuosa, como un cordón de flores blancas destacando en la superficie oceánica. Más atrás, no se podía saber por dónde había pasado el barco, porque en el mar no se quedan marcadas las pisadas como en la tierra o en la arena y aunque una estela es hermosa, una estela es pasajera, es efímera. Ojalá yo no haya sido una estela de barco en tu corazón. Ojalá que donde estés ahora, me recuerdes, que no haya sido sólo espuma, sólo euforia. Hoy yo quisiera pensar que tracé surcos profundos en tu vida y que la semilla plantada no se la llevó el viento, el mismo viento que hoy trae hasta mi cara las burbujitas saladas levantadas, desprendidas de las gardenias que se van hundiendo en el mar y en la distancia

Tuesday, September 25, 2007

El viento caprichoso


Pocos días después, las alumnas y yo llevamos los carteles a la feria. Kai Jing me acompañó y comenzó a hablar en murmullos mien¬tras caminaba a mi lado. En las manos llevaba un pequeño libro de pinturas hechas sobre papel de morera. En la tapa se leía: Las cuatro manifestaciones de la belleza.
—¿Te gustaría ver lo que hay dentro? –preguntó.
Cualquiera que nos oyera habría pensado que hablábamos de lecciones de la escuela. Pero hablábamos de amor.
Volvió una página.
—En cada forma de la belleza hay cuatro niveles de talento. Ocurre en la pintura, la caligrafía, la música y la danza. El primer nivel es la competencia. –Mirábamos una página en la que había dos di¬bujos idénticos de un bosquecillo de bambúes, una pintura típica, bien hecha, realista e interesante por los detalles de dobles líneas, una imagen que expresaba las ideas de la fuerza y la longevidad—. La competencia –prosiguió– es la habilidad para dibujar algo una y otra vez con los mismos trazos, la misma fuerza, el mismo ritmo y la mis¬ma sinceridad. No obstante, esta clase de belleza es corriente.
»El segundo nivel –prosiguió Kai– es la excelencia. –Contemplamos otro dibujo de varios tallos de bambú—. Éste va más allá de la competencia. Su belleza es única. Y sin embargo es más sencillo que el otro, hace menos hincapié en los tallos y más en las hojas. Expre¬sa a un tiempo fuerza y soledad. El pintor menor es capaz de captar una de estas cualidades, pero no la otra.
Volvió la página. La ilustración siguiente era un solo tallo de bambú.
—El tercer nivel es lo divino —dijo—. Las hojas son ahora sombras mecidas por un viento invisible, y el tallo sólo es perceptible como una sugerencia de lo que falta. Sin embargo, las sombras están más vivas que las primeras, pues aquéllas tapaban la luz. La persona que ve esto no tiene palabras para describir cómo lo han hecho. Por mucho que lo intente, el pintor no podrá volver a captar el sentimiento de esta pintura, sólo una sombra de la sombra.
—¿Cómo es posible que la belleza sea algo más que divina? –pregunté, sabiendo que pronto oiría la respuesta.
–El cuarto nivel –explicó Kai Jing– es superior a éste, y todo mortal tiene en su naturaleza la capacidad de hallarlo. Sólo podemos percibirlo si no intentamos percibirlo. Se manifiesta sin motivación ni deseo ni conocimiento del posible resultado. Es puro. Es lo que tienen los niños inocentes. Es lo que los viejos maestros recuperan cuando han perdido la razón y vuelven a ser niños.
Volvió la página. En la siguiente había un óvalo.
–Esta pintura se llama En el interior de un tallo de bambú. El óvalo es lo que ves si estás dentro, mirando hacia abajo o hacia arriba. Es la simplicidad de estar dentro, sin razón ni explicación para ello. Es la natural fascinación ante el descubrimiento de que todas las cosas guardan relación con otras, un óvalo de tinta con una página de papel blanco, una persona con un tallo de bambú, el espectador con la pintura.
Kai Jing hizo una larga pausa.
—El cuarto nivel se llama espontaneidad —dijo por fin. Guardó el libro en el bolsillo de su chaqueta y me miró con expresión pensativa—. Últimamente detecto esta belleza de lo espontáneo en todas las cosas. ¿Y tú?
—Yo también –respondí, y me eché a llorar.
Porque los dos sabíamos que hablábamos de la espontaneidad con que uno se enamora, como si dos tallos de bambú se inclinaran el uno hacia el otro empujados por un viento caprichoso. Entonces nos inclinamos el uno hacia el otro y nos besamos, perdidos en el invisible reino de nuestra unión."

La hija del Curandero
Amy Tang
2001, Plaza & Janés

Friday, September 21, 2007

El Mundo Frenético y el Frenesí

Se respira, se siente, se respira. La prisa, el estorbo de todas las cosas hasta las de uno mismo. La gente anda como loca. La gente se estira o se contrae o ambas cosas sin saber cuál de ellas quiere hacer. Todos quieren pasar primero, todos quieren rebasar, nadie quiere esperar. Nadie tiene tiempo. La exhaltación es permanente. Y a nosotros, a los que nos aquietamos, a los que cedemos el paso porque tenemos claro hacia dónde vamos y todos los vientos nos son favorables, nos miran con cara de espasmo, como si fuéramos unos tontos por esperar, por tener cortesía, por sonreir. Sobre todo lo último, que parece ser una bofetada dolorosa y sorpresiva. Mega sorpresiva porque nadie se la espera. Nadie espera ver al otro caminar como si hubiera un atisbo de felicidad asomándose por algún lado. La gente anda como loca. Es el mundo frenético en el frenesí.

Saturday, September 08, 2007

Salmo VIII

2Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
3De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

4Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
5¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

6Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
7le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

8rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
9las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.

10Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!


¿Quiénes somos?

-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias...

-Tu cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo.

El secreto para volar tan rápido com el pensamiento

Consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo.

Porque cualquier número es ya un límite, y la perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar allí.


La perfección no tiene límites. ¿Cómo imaginarnos lo ilimitado cuando nosotros mismos nos sentimos tan finitos?

Realmente, ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?

-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas.


-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.

Nos vestimos entonces con el traje de la temporada.

Un hasta luego, Pedro:

No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar.

Porque ya la conoces, sólo necesitas recordarlo…